Marcha por la vida y algo más

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Fuente: Facebook Oficial

El sábado 22 de marzo se realizó la Marcha por la Vida, organizada por el Arzobispado de Lima y con el respaldo de muchos políticos, empresas, medios de comunicación y personalidades diversas y con la participación de alrededor de 250 mil personas (según la página de Facebook del evento). Se trataba de una manifestación que pregonaba el respeto y revalorización de la vida humana, “desde su inicio más temprano hasta la muerte natural”, pero cuyo principal objetivo era plantear una posición cerrada en contra de la despenalización del aborto en todas sus formas.

Fuente: Facebook Oficial

Fuente: Facebook Oficial

Habría que empezar preguntándonos qué es revalorizar la vida humana y en qué principios se basa dicha revalorización. Durante el evento, una de las voceras afirmó que

“con esta iniciativa buscamos alzar nuestra voz, porque queremos un país en que la mujer y el niño puedan vivir, queremos un Estado que asegure a la mujer y al niño y que puedan vivir” (fuente La República).

De arranque tenemos ya una contradicción: según ese lema, se preocupan por la mujer y el niño, pero en la práctica sacrifican a la madre en favor del embrión, sin considerar ningún tipo de circunstancias especiales que podrían llevar a una mujer a terminar con su embarazo.

Ya hablamos antes del tema, pero podemos decir, por ejemplo, que no considera los embarazos producidos a raíz de una violación, o aquellos en los que se declara inviable la supervivencia del feto luego del parto. Mucho menos se refiere a aquellos que significan un riesgo para la vida de la madre. Cómo entonces pretenden decir que buscan un país que asegure que la mujer pueda vivir, si no admiten su derecho a decir si desea o no continuar con el embarazo cuando está amenazada su propia supervivencia.

Se trata de una marcha por la vida, pero con un criterio selectivo. No defiende toda la vida humana, sino un principio que ellos consideran que está por encima de los demás. El derecho a la vida de todo ser concebido. No importan, insisto, las circunstancias de dicha concepción. Y no es que la idea sea mala de por sí. Yo ya dejé sentada mi posición al respecto. Está bien que se defienda, como principio general, la vida, especialmente la de aquellos seres que no podrían defenderse por sí mismos (no solo bebés, sino animales, por ejemplo). Pero no se pueden olvidar –y menos deliberadamente- factores y hechos concretos que terminan siendo fundamentales para entender un tema tan complejo como este. Una discusión que se basa en dogmas o valores de fe y deja de lado hechos concretos, datos estadísticos y realidades sociales, no puede llegar a ser tan seria como debería.

Hay muchas y muy buenas columnas al respecto (ver links al final del artículo). Nosotros vamos a limitarnos a decir por qué creemos que esta Marcha por la Vida, no defiende lo que dice defender, la vida humana, sino que se limita a un tema específico, guiado por una doctrina religiosa específica, en un país que se supone es un estado laico.

Si fuera una verdadera marcha por la vida, como ya hemos dicho, se preocuparía por los bebés, sí, pero también por las madres, por esas dos mujeres al día que, según la ONG Manuela Ramos, mueren por someterse a un procedimiento inseguro, o de las 360 mil mujeres que anualmente se someten a un aborto clandestino, poniendo en riesgo su vida.

Sería una verdadera marcha por la vida si, además, no se limitara al tema de la despenalización del aborto. ¿Por qué si defienden la vida humana, no tratan otros asuntos como feminicidios, homofobia, o crímenes de odio en general? Tal vez porque no forman parte de la agenda del Arzobispado. Con un Cardenal que considera que padre y madre no son iguales, y que la mamá es

“la que modela todo en el interior del hogar (…), prepara las fiestas de cumpleaños, vela por que (sic) la ropa esté limpia”

y un triste etc., no podíamos esperar algo distinto.

Fuente: El Útero de Marita

Extracto del libro «Cipriani como actor político»
Fuente: El Útero de Marita

Algunos de los políticos que apoyaron esta marcha en otros tiempos defendieron delitos contra los derechos humanos (algunos los defienden hasta hoy). Los fujimoristas, por ejemplo, cuyo gobierno violentó los derechos humanos casi sistemáticamente, con casos como las matanzas de Barrios Altos o La Cantuta; los secuestros a periodistas; las torturas a personas como Leonor La Rosa, Mariella Barreto y la propia esposa de Fujimori, Susana Higuchi; y la política de esterilizaciones forzadas, que increíblemente ha sido recientemente archivada. Y por más que hayan tenido mayor o menor participación o conocimiento de dichos casos, o hayan hecho algún tipo de mea culpa (no recuerdo alguno, pero por si acaso), el solo hecho de que hasta hoy sigan defendiendo o negando alguno de estos casos, pese a las pruebas y testimonios, y, sobre todo, que sigan considerando a Alberto Fujimori como el mejor presidente de la historia del Perú, los descalifica como abanderados de un evento que dice defender la vida humana y su dignidad.

Fuente: Facebook

Fuente: Facebook

Hay, sin embargo, personas dentro de ese grupo que no participaron del evento, como María Luisa Cuculiza, quien se ha mostrado a favor de la despenalización del aborto.

Otra característica curiosa de esta marcha es el hecho de que cuente con auspicio de empresas privadas, entre ellas, medios de comunicación y universidades, así como algunos municipios. Que Telefónica, Plaza Vea o Agua Cielo decidan apoyar la marcha, no debería llamar nuestra atención. Podemos estar a favor o en contra, pero se trata de empresas y fondos privados y, en cierto sentido, pueden hacer lo que quieran. Si es una cuestión de principios o hay algún interés de por medio, sí es algo que deberíamos mirar con atención, pero mientras no hayan hechos concretos, no hay mucho que podamos decir al respecto.

El problema está con los otros tipos de auspiciadores. Los municipios, por ejemplo, que manejan fondos públicos y que, si bien responden en cierta medida a los vecinos, quienes podrían mayoritariamente estar a favor de la marcha, forman parte de la organización de un estado que, repetimos, se supone que es laico. Auspiciar un evento organizado por la Iglesia Católica debería ser inconstitucional, sin importar si estamos o no a favor. Entonces, habría que preguntarnos por qué lo hacen. Es tan grave que sea por algún interés específico o personal, como si lo hacen solo por ganar adeptos políticos (léase votantes). O, peor aún, si se trata de una autoridad tratando de imponer su propia fe, doctrina y valores, al resto de su jurisdicción.

Pero donde, al menos para mí, existe la posibilidad de un mayor peligro, está en los otros dos rubros de auspiciadores: medios de comunicación y universidades. Y es que, aunque al igual que con las marcas mencionadas anteriormente, se trate de instituciones privadas, ellos ejercen un rol importante en la formación e información de los ciudadanos. Los medios de comunicación nos sirven para formarnos opinión y deberían mostrarnos información objetiva y neutral para tal propósito. O al menos una suficiente pluralidad. Lo mismo ocurre con las universidades, donde nuestros jóvenes terminan de formar su visión del mundo y de la realidad, y su posición frente a la misma.

Que estas instituciones apoyen abiertamente un evento que, como ya hemos mencionado, se basa más en creencias y doctrinas que en hechos concretos, constituye una amenaza a la libertad, pluralidad y objetividad con la que los ciudadanos deberían construir su identidad, su opinión y su entendimiento de la realidad.

Felizmente, eso no sucedió con los medios de comunicación. Pese a que la directora de El Comercio, por ejemplo, tenía una línea clara y radical en favor de los principios que pregonaba la marcha, el diario se mostró abierto a opiniones contrarias. Es así que, mientras por un lado teníamos los tuits de Martha Meier que dejaron sorprendidos e indignados a más de uno –y que, probablemente, fueron los que causaron su salida de la dirección del diario-, por el otro lado teníamos columnas como las de Patricia Del Río y Jennifer Llanos, abiertamente opositoras a la marcha y totalmente en contra de la línea que Meier proclamaba. Vale la pena rescatarlo, porque es así como debería funcionar un medio de comunicación que, como El Comercio, pretende ser un referente de opinión para todos.

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Algo similar sucedió en RPP, donde, pese a que desfilaron varios personajes en favor de la marcha, y que el mismo Cardenal tiene un programa semanal ahí, hubo algunos periodistas como la misma Patricia Del Río, que manifestaron abiertamente su opinión contraria e incomodaron (dentro de lo periodísticamente correcto) a los entrevistados pro-marcha. Eso no impidió, claro está, que RPP hiciera una amplia y completa cobertura del evento, como no habían hecho con ninguna otra marcha (como las organizadas en favor de los derechos de la comunidad LGTB, por ejemplo).

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En cuanto a las instituciones educativas, corrió el rumor en redes sociales de que algunas universidades habrían ofrecido “premiar” a los alumnos que participaran de la manifestación con puntos extra en sus promedios. También se pudo ver una gran cantidad de escolares, muchos de ellos incluso con uniformes, durante el evento. Ya hemos dicho lo peligroso que esto puede llegar a ser, porque está imponiendo un modo de pensar al que se debería llegar de manera consciente, por uno mismo. Además, esto desacredita a la misma marcha, porque da la idea de que hubo muchos participantes que no estaban ahí por convicción, sino por conveniencia o por obligación.

El mayor o menor éxito de esta manifestación se interpretará, en cierta medida, según el criterio y convicción de cada uno. Una “marcha por la vida” suena, en principio, como una buena idea. Lo sería si realmente defendiera la vida en toda su extensión y su dignidad, y se basara en hechos concretos y en la realidad actual, y no en principios y valores. Lo sería también si, por ejemplo, no se ocupara solo del no nacido, sino que se preocupara de lo que va a pasar con ese ser cuando nazca y crezca. Ayer el Cardenal Cipriani pidió a las madres gestantes que “vengan para que las ayudemos”, pero no dio ningún indicio de en qué consistiría la ayuda. Muchos de los que se oponen al aborto se olvidan de considerar qué es lo que le espera a ese niño o niña cuando nazca.

Una buena idea sería también promover el acceso a métodos anticonceptivos y una educación sexual de calidad. O permitir que una mujer embarazada producto de una violación pueda recibir en una posta o en un hospital del estado un anticonceptivo de emergencia, o “pastilla del día siguiente”. O aceptar que una mujer pueda decidir si quiere arriesgar su vida para continuar un embarazo que representa un riesgo grande para su supervivencia. O que no tenga que pasar por la humillación de parir un hijo muerto, o darle de lactar a un niño que no va a sobrevivir más de tres días.

También hubiera sido interesante que efectivamente defendiera la vida humana, es decir una vida digna, donde todos y todas tuvieran los mismos derechos y oportunidades. Un evento que reivindicara a las minorías históricamente humilladas, que aceptara y valorara la diversidad, que promoviera valores de inclusión. O por qué no, una marcha que, además de todo eso, condenara eventos donde se atentó precisamente contra la vida y los derechos humanos, por parte de grupos terroristas y del propio Estado, y que promoviera acciones que busquen garantizar que estos hechos no se vuelvan a repetir.

Todo eso hubiera sido muy bueno. Pero es imposible cuando lo que está detrás del evento es una doctrina de fe, más que el producto de una reflexión analítica que considere todos los factores en juego. La Iglesia Católica –en cuyos principios creo- tiene todo el derecho de organizar cuantos eventos le plazca y crea convenientes. Y la gente tiene el derecho de manifestar su punto de vista en las calles. Lo que no está bien es que se pretenda convertir eso en principios universales, ni que se intente manipular a la opinión pública, haciendo pasar una creencia personal como una cuestión ética a la que todos deberíamos aferrarnos.

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